Tras acabar el instituto, el joven Julius se matriculó en la universidad de Massachusetts, donde no hizo sino empezar a escribir con letras de oro una carrera baloncestística memorable: rompe todos los récords en puntos y rebotes (uno de los siete jugadores de la historia de la NCAA en promediar 20 puntos y 20 rebotes por partido), liderando a su equipo en una histórica campaña sin derrotas. Poco después, en 1971, decide dar el salto profesional a la ABA (Asociación Americana de Baloncesto, que por entonces luchaba por tener el mismo reconocimiento que la NBA) con los Virginia Squires, donde continúa su imparable carrera al estrellato, siendo nombrado “Novato del Año” en su temporada de debut y liderando la liga en anotación en sólo su segundo año en ella (31.9 ppp). Se “doctora” cada noche en la cancha a nivel individual pero los títulos colectivos no llegarían hasta su vuelta al hogar, dulce hogar tras una complicada disputa legal por sus servicios: los New York Nets. Allí lidera una vez más la competición en el apartado de anotación para llevar a los neoyorkinos a dos campeonatos, los de 1974 y 1976. Sin embargo, la ABA, con varios equipos desaparecidos, agonizaba y resuelve firmar por los Philadelphia 76ers de la NBA, donde permaneció los últimos once años de su brillantísima carrera hasta su adiós, no sin antes contribuir decisivamente en el anillo de 1983, el último de la franquicia.
Una vez retirado, con algo más de 30.000 puntos a cuestas (entre ABA y NBA) fue nombrado miembro del “Hall of Fame” en 1993 y goza de una reputación ganada a pulso como uno de los más grandes jugadores de la historia del deporte de la canasta entre los analistas deportivos y los que alguna vez tuvieron la inmensa suerte de verle jugar. ¿Cómo olvidar ese mítico peinado a lo afro de su etapa en la Gran Manzana? ¿Cómo no recordar esa plasticidad, esa elegancia, esa serenidad en el rostro mientras ejecutaba jugadas con las que el público apenas si podía contener el aliento? Julius Erving era un prestidigitador, un creador asombroso. Ver jugar al “Doctor Jota” era un genuino espectáculo, pura poesía en movimiento, como los legendarios “Baseline Move” (Finales del 80) y “Rock the Cradle” (Temporada regular del 83) frente a los todopoderosos Lakers. El gran Magic Johnson, palabras mayores, lo definió muy bien: “Allí estaba yo intentando ganar un campeonato y, de repente, me quedé estupefacto por el asombro. Realmente había hecho aquello. Pensé, ¿qué debemos hacer? ¿Sacar y empezar una nueva jugada o devolverle la pelota y pedirle que lo vuelva hacer?” No por nada el “Doctor J” fue la principal fuente de la que bebió Dios, Michael Jefferey Jordan…