Con la temporada en su ecuador, acercándonos ya al fin de semana del All Star, me gustaría mirar por un momento al futuro, concretamente al momento en que el equipo campeón levante su trofeo en las Finales y termine, por unos meses, el trabajo de los jugadores. Justo en ese momento, tomarán importancia los encargados de conversar, convencer y contratar a dichas estrellas. Me refiero, por supuesto, a los general managers y a los presidentes de las franquicias.
En un año con una agencia libre especialmente “potente”, cobrará una gran importancia la capacidad de estos genios de los despachos para atraer o retener a las grandes perlas de la liga. Y si hablamos de los encargados de llevar estos movimientos a cabo, tenemos que hablar, por supuesto, del gran Pat Riley, director técnico de los Miami Heat.
A lo largo de los casi cuatro últimos años, Riley ha llevado a su franquicia a la cumbre, gracias a una excelente visión del mercado. Su época de mayor gloria comenzó con la renovación de Dwyane Wade y las llegadas de LeBron James y Chris Bosh, es decir, la formación del último y actual Big Three de la NBA. Con este triple movimiento demostró su ambición y su ansia de victoria. En el verano de 2010, el roster de Miami sufrió una gran reestructuración, en la que llegaron numerosos complementos para el Big Three, como el escolta Mike Miller y se renovó a uno de esos jugadores que tan importantes son tanto en el vestuario como en la cancha, Udonis Haslem. Ese mismo verano se dejó marchar al siempre problemático Michael Beasley a los Timberwolves.
Tras el revés que supuso la derrota ante Dallas en las Finales, Pat Riley siguió moldeando su equipo, con la llegada del alero Shane Battier, que sería fundamental en los Playoffs y del novato Norris Cole. Esa temporada lograrían el segundo campeonato de la franquicia frente a unos siempre peligrosos Oklahoma City Thunder.
Sin embargo, no contento con esto, el equipo directivo de Miami siguió buscando jugadores que pudiesen dar un paso hacia adelante en los momentos decisivos. Y esta persona, era sin lugar a dudas, el veterano escolta de los Celtics, Ray Allen, que cumplió perfectamente su función a lo largo de toda la temporada. Este movimiento vino acompañado de la llegada de otro veterano, el alero Rashard Lewis. Ya a mitad de temporada llegaría a las filas de Miami Chris Andersen, que conectaría con la afición desde el primer momento. Tras unos competidos Playoffs y unas agónicas Finales, el equipo liderado por LeBron y Wade alzarían su segundo trofeo consecutivo.
En la presente temporada, dispuesto a conseguir que su franquicia se convierta en la dinastía de la segunda década del siglo, Riley ha apostado por dos jugadores que debieron ser estrellas desde el primer minuto en la NBA y debido a diversos problemas, no lo consiguieron, el pívot Greg Oden y el alero Michael Beasley. Solo el tiempo dirá si estos dos fichajes han sido otra de las jugadas maestras del director técnico o se quedarán en un simple proyecto. No obstante, este verano, los Heat han sufrido, la que a mi parecer ha sido la única gran pérdida del equipo desde la llegada del Big Three, la amnistía de Mike Miller en pos de conseguir algo de espacio salarial.
Sin embargo, el momento más difícil en la carrera de Pat Riley en los despachos se aproxima. El único jugador que tiene contrato asegurado (si Miami quiere) la próxima temporada es Norris Cole, por lo que la directiva tendrá que trabajar duro para intentar retener a sus estrellas o, por lo menos, buscar unos sustitutos adecuados.
En un año con una agencia libre especialmente “potente”, cobrará una gran importancia la capacidad de estos genios de los despachos para atraer o retener a las grandes perlas de la liga. Y si hablamos de los encargados de llevar estos movimientos a cabo, tenemos que hablar, por supuesto, del gran Pat Riley, director técnico de los Miami Heat.
A lo largo de los casi cuatro últimos años, Riley ha llevado a su franquicia a la cumbre, gracias a una excelente visión del mercado. Su época de mayor gloria comenzó con la renovación de Dwyane Wade y las llegadas de LeBron James y Chris Bosh, es decir, la formación del último y actual Big Three de la NBA. Con este triple movimiento demostró su ambición y su ansia de victoria. En el verano de 2010, el roster de Miami sufrió una gran reestructuración, en la que llegaron numerosos complementos para el Big Three, como el escolta Mike Miller y se renovó a uno de esos jugadores que tan importantes son tanto en el vestuario como en la cancha, Udonis Haslem. Ese mismo verano se dejó marchar al siempre problemático Michael Beasley a los Timberwolves.
Tras el revés que supuso la derrota ante Dallas en las Finales, Pat Riley siguió moldeando su equipo, con la llegada del alero Shane Battier, que sería fundamental en los Playoffs y del novato Norris Cole. Esa temporada lograrían el segundo campeonato de la franquicia frente a unos siempre peligrosos Oklahoma City Thunder.
Sin embargo, no contento con esto, el equipo directivo de Miami siguió buscando jugadores que pudiesen dar un paso hacia adelante en los momentos decisivos. Y esta persona, era sin lugar a dudas, el veterano escolta de los Celtics, Ray Allen, que cumplió perfectamente su función a lo largo de toda la temporada. Este movimiento vino acompañado de la llegada de otro veterano, el alero Rashard Lewis. Ya a mitad de temporada llegaría a las filas de Miami Chris Andersen, que conectaría con la afición desde el primer momento. Tras unos competidos Playoffs y unas agónicas Finales, el equipo liderado por LeBron y Wade alzarían su segundo trofeo consecutivo.
En la presente temporada, dispuesto a conseguir que su franquicia se convierta en la dinastía de la segunda década del siglo, Riley ha apostado por dos jugadores que debieron ser estrellas desde el primer minuto en la NBA y debido a diversos problemas, no lo consiguieron, el pívot Greg Oden y el alero Michael Beasley. Solo el tiempo dirá si estos dos fichajes han sido otra de las jugadas maestras del director técnico o se quedarán en un simple proyecto. No obstante, este verano, los Heat han sufrido, la que a mi parecer ha sido la única gran pérdida del equipo desde la llegada del Big Three, la amnistía de Mike Miller en pos de conseguir algo de espacio salarial.
Sin embargo, el momento más difícil en la carrera de Pat Riley en los despachos se aproxima. El único jugador que tiene contrato asegurado (si Miami quiere) la próxima temporada es Norris Cole, por lo que la directiva tendrá que trabajar duro para intentar retener a sus estrellas o, por lo menos, buscar unos sustitutos adecuados.