El otro Jordan




— He oído muchas especulaciones sobre el motivo de mi retirada, pero siempre he dicho a la gente que me conoce y a los medios de comunicación que me han seguido, que cuando perdiese la motivación y las ganas de demostrar algo como jugador de baloncesto, sería el momento de retirarme. Ha sido una decisión propia  y después de haber vivido en esta “montaña rusa” durante nueve años creo que me llega el momento de subirme a otra “atracción”—. El 6 de octubre de 1993, ocurría uno de los días más tristes de la historia del baloncesto, Michael Jeffrey Jordan se retiraba de este deporte.

Michael, acababa de ganar su tercer anillo, se vio en lo más alto, miró hacia abajo y quiso vivir como uno más, aunque sería complicado porque su mayor motivación y motor de su vida se lo habían arrebatado un mes antes, el 13 de agosto de 1993, James Raymond Jordan había sido asesinado a manos de un chico de 19 años llamado, Daniel Green, quien le robó y le intentó secuestrar en la autopista 74 de Carolina del Norte. Ese 13 de agosto de 1993 nació, el otro Jordan.

Quería cambiar de atracción, y como si de un niño en un parque de atracciones se tratase, el 7 de febrero de 1994, Michael Jordan se convirtió en jugador de 'baseball'. Nadie se lo podía creer, incluso el periodista que dio la noticia en televisión se le escapó una carcajada cuando vio a Michael con el traje de baseball haciendo pruebas con los White Sox de Chicago. La muerte del padre había hecho recapacitar a Michael, y meses antes de la dolorosa muerte, James le había propuesto la posibilidad de haber jugado al baseball, o de intentarlo, y el antiguo número 23 de los Chicago Bulls, como si de un tributo o una especie de promesa se tratase, lo cumplió al pie de la letra.

Lo que para algunos era una broma pesada del bueno de Jordan, para él era un reto personal, y con un 70% de fallos con el bate, se presentó a los entrenamientos de primavera de los White Sox de Chicago, donde se pondría a prueba con el número 45 (número favorito del hermano) a la espalda y con los ojos de todo el país mirándole. Se tarda unos 15 años en aprender a golpear la pelota para jugar en las ligas mayores de baseball de los Estados Unidos y Michael Jordan quiso convertirse en jugador profesional en 6 meses. La frase que más repetía Michael era: — No creo que esté haciendo nada que pueda hacerle daño a este deporte — y tenía toda la razón, tenía una meta y quería cumplirla.

El impacto que estaba teniendo en este nuevo deporte para él era curioso, ya que tenía dos corrientes muy diferenciadas. Por una parte había una serie de gente que se alegraba al ver a Michael Jordan, mejor jugado de la historia del baloncesto con un bate de baseball entre las manos y otra serie de gente que se sentía como un “segundo plato” y que el bueno de Jordan se estaba riendo de ellos, y lo que es peor, de el baseball.




Jordan lo estaba haciendo por su padre, ninguna crítica podía hacerle mella, ya que el vacío que le había dejado su padre lo estaba llenando con el baseball y aunque los White Sox desestimasen sus servicios, Jordan abrió una nueva y desconocida puerta con los Birmingham Barons, equipo afiliado a los White Sox de Chicago.

Un equipo menor, en una liga menor, pero la gente enloqueció, desde que Jordan llegó a los Barons el equipo se convirtió en los Rolling Stones, con las gradas haciendo colas interminables y los estadios a rebosar. Michael era la atracción. Era tal la repercusión que nuestro protagonista reflejaba en los medios que, algunos de ellos, solo tenían a un corresponsal cubriendo a Michael, aunque este hubiese hecho un partido muy discreto, demostrando el grado de repercusión que tenía el mejor baloncestista de la historia.
El deporte de la canasta lo añoraba, lo añoraba como un padre hecha en falta a su hijo en la distancia, ya que normalmente los jugadores en la NBA antes de retirarse tienen un periodo de decadencia o su edad les dice basta en algún momento. Pero Michael había desaparecido en lo más alto y eso el baloncesto, como familia, no era capaz de digerirlo.

Jordan no olvidaba el baloncesto aunque lo mirase en la distancia, para él era historia en su vida y una noche de mayo de 1994, hubo un partido de la final de conferencia Este del año siguiente a su retirada, en el que los Bulls iban ganando a Knicks por siete puntos a falta de un cuarto, y Michael estaba viendo el partido con un compañero de los Barons y le dijo — No van a ganar, les falta algo ahí dentro y no van a ganar — el compañero al principio no sabía a que se refería, pero se refería a él mismo, faltaba el numero 23 decidiendo en los minutos finales. Y así fue, ese año Knicks eliminó a Bulls y Chicago quedaría fuera de una final cuatro años después.

Pero que sus compañeros de Chicago le echasen de menos para él no era motivo para volver. Michael estaba dedicado en cuerpo y alma al baseball, entrenaba todo el día más que nadie y cada día se superaba un poco más, porque su objetivo de las ligas mayores para él estaba cerca, aunque el resto del mundo no lo viese así.

Michael Jordan en menos de un año había mejorado el equivalente a tres o cuatro años en este deporte. La gente que lo había visto a principios de año se quedaba perpleja viendo de lo que era capaz en ese momento. Se sentía preparado para dar el salto a las ligas mayores y quería demostrarlo a final de la temporada en el torneo de otoño. Allí lo hizo francamente bien, mejor que algunas de las promesas de la época y Michael se estaba reivindicando como la revelación, hasta que en ese momento hubo una huelga de jugadores contra la liga y Jordan renunció a jugar, ya que él en su andanza por el baloncesto era representante de los jugadores y no se podía convertir en un esquirol.

La huelga continuaba y continuaba y solo los esquiroles jugaban, y Michael estaba cansado de ser un jugador de reserva, así que un día se pasó por las instalaciones de los Chicago Bulls para tirar unos tiros a canasta. Dios, en forma de huelga, le mandó una señal a Michael Jordan para que volviese a reinar en su deporte.


Un — I´m back — salió de su boca, y todos los medios de comunicación hicieron eco su regreso. Michael volvió para ganar tres anillos más y hacer disfrutar a los amantes del baloncesto como pensaban que no iban a volver a disfrutar, pero el legado que dejó en el baseball fue muy curioso, una historia de superación y de amor por unos valores que será eternamente recordado. Veinte años después, el número 45 de Michael sigue siendo el más vendido de los Barons, para colmo de su actual estrella, y demostró que si no llegase haber existido aquella huelga y hubiese jugado uno o dos años más, quizás estaríamos hablando de el nuevo testamento de Michael Jordan, el baseball.