Sobrevivía a duras penas en mitad de la tabla de la liga yugoslava, a años luz del todopoderoso Partizan de Divac, Djordjevic o Danilovic y la fantástica Cibona de los hermanos Petrovic, pero algo cambió en el año 1986 cuando al por entonces semidesconocido club de Split llegaba un tal Bozidar Maljkovic. Ocurrió a mitad de temporada y a partir de entonces nada sería igual para los amarillos. A
“Boza”, que se había ido formando al lado de los mejores entrenadores del
momento-como Ranko Zeravica (Estrella Roja)-y que ya se ha granjeado una fama
de “poli malo”, le llega por fin la tan ansiada y merecida oportunidad de tomar
las riendas como primer entrenador y acepta el reto. El de Otocac, entrenador
duro por cómo es y cómo trabaja (“insoportable,
odioso y despreciable”, en palabras de Perasovic) dirige con mano de hierro
a la Jugoplastika, en la que implanta un
régimen de entrenamientos y una disciplina militares al límite de lo humano
haciendo de sus jugadores auténticos
espartanos. Tanto es así que aún hoy algunos de sus jugadores se preguntan
cómo sobrevivieron a tal castigo físico. Pero, para triunfar en el baloncesto, como en la vida, aparte de trabajar
duro hay que poseer algo más, y los
del sargento Maljkovic desde luego que lo tenían. Tenían sed, mucha sed de gloria. Tenían juventud y respeto por la
profesión pero sobre todo tenían talento
para jugar a esto. Cabe destacar que en aquel plantel despuntaban unos veinteañeros Toni Kukoc y Dino Radja,
un veterano Dusko Ivanovic (que indudablemente heredó los
métodos de “Boza” como entrenador), Velimir Perasovic, Zan Tabak o Zoran Savic
entre otros.
Pasados
unos años, se empezarían a recoger los frutos a tanto esfuerzo y dedicación
cuando, contra todo pronóstico, los de Split se colaron en la Final Four de 1989. Con el cartel de “cenicienta” se hicieron con su primer entorchado continental derrotando a
los favoritos FC Barcelona y Maccabi.
Cuenta Radja, hoy presidente del club, que antes del primer choque ante los
azulgranas les inspiraron las palabras que pronunció en el vestuario Aleksandr Nikolic, técnico doble
campeón de Europa en los setenta: “Jugad
duro, que no os maten, porque si no todo el mundo dirá que llegasteis aquí por
accidente”.
Pero
aquí no acabaría el hambre de victoria de la Jugoplastika. Al año siguiente
repetirían éxito y aunque ya todos hablaban de ese joven equipo balcánico que jugaba a las mil maravillas, no
partieron como máximos favoritos. Poco les importó pues barrieron al Limoges en
semifinales y derrotaron de nuevo al FC
Barcelona, construido a golpe de talonario, en la finalísima de Zaragoza.
Tras
dos Copas de Europa seguidas, el club sufrió bajas muy significativas. Dino se marchó a Roma, Dusko a Girona y
el Barça se hizo con su verdugo Maljkovic. Ya se sabe, si no puedes con tu
enemigo, únete a él. De este modo, la empresa de alcanzar la triple corona parecía inviable después
del desmantelamiento del equipo pero había permanecido el mejor y el mejor era Kukoc,
que ya había sido drafteado por los Bulls. Con “La Pantera Rosa” y el
crecimiento de Savic y Tabak, los amarillos completaron la gesta de dominar el
‘Viejo Continente’ por tercer año consecutivo y de nuevo ante los catalanes,
todo un hito. Se cerraba así un ciclo
ganador histórico, en el que el legendario equipo amarillo obtuvo no sólo tres Copas de Europa (89, 90, 91) sino
también títulos a nivel doméstico: cuatro
ligas (88, 89, 90 y 91) y dos copas (90, 91). Una brillantísima etapa que
supuso el triunfo de la juventud, la
disciplina y el talento justo antes del anochecer de la guerra y la
posterior disolución de Yugoslavia. Una
supernova en el universo del baloncesto que sin embargo perdura en la memoria colectiva como uno de los
mejores equipos que hubo y que habrá jamás.