Dinastía. Leyenda. Historia.
Tres palabras, cada una de ellas más contundente que la anterior, que hasta las pasadas finales de la NBA le venían a Miami Heat como anillo al dedo (y nunca mejor dicho). Posiblemente, con el permiso del equipo dirigido por Greg Popovich, hayamos disfrutado del mejor equipo de esta década que aún no ha llegado a su ecuador, o, incluso, de uno de los mejores equipos de lo que llevamos de siglo. Dos campeonatos y cuatro finales consecutivas lo avalan.
Sin embargo, tras ser masacrados por los San Antonio Spurs y no conseguir el ansiado three-peat, Miami comenzaría a jugar el partido más importante de toda la temporada: mantener a sus estrellas, especialmente a quien les había liderado a lo largo de los últimos cuatro años, LeBron James. Y aquí no hubo victoria. El hogar, la familia y, obviamente, el núcleo joven que se está formando en Cleveland, pesaron más que el dinero y la continuidad que Miami podía ofrecer al alero estadounidense, que, esta vez de una forma más correcta, comunicó su vuelta a casa mediante una carta en Sports Illustrated.
Y ahora, ¿qué pasa con los Heat? ¿Sufrirán una caída tan espantosa como la que han experimentado en todas las apuestas? Mi opinión es que no. Aquí es donde entra en juego quien debe tomar las riendas de la plantilla. Puede que los Heat hayan conseguido una pequeña victoria en medio de una debacle general. Han conseguido mantener a un Chris Bosh que parecía decidido a dejar el equipo tras la salida de LeBron. El que para muchos era el “malo” del Big-three, pasará a ser la referencia de la franquicia. Siempre que uno de los otros dos (o los dos) han fallado, ha cumplido con su papel de líder de forma cuanto menos, notable. Ahora, sin James y con un Wade muy lastrado la pasada temporada por las lesiones, le ha llegado el momento de convertirse en el jugador franquicia, el momento de demostrar que puede volver a ser la primera espada de un equipo y luchar por los puestos altos de su conferencia.
Tres palabras, cada una de ellas más contundente que la anterior, que hasta las pasadas finales de la NBA le venían a Miami Heat como anillo al dedo (y nunca mejor dicho). Posiblemente, con el permiso del equipo dirigido por Greg Popovich, hayamos disfrutado del mejor equipo de esta década que aún no ha llegado a su ecuador, o, incluso, de uno de los mejores equipos de lo que llevamos de siglo. Dos campeonatos y cuatro finales consecutivas lo avalan.
Sin embargo, tras ser masacrados por los San Antonio Spurs y no conseguir el ansiado three-peat, Miami comenzaría a jugar el partido más importante de toda la temporada: mantener a sus estrellas, especialmente a quien les había liderado a lo largo de los últimos cuatro años, LeBron James. Y aquí no hubo victoria. El hogar, la familia y, obviamente, el núcleo joven que se está formando en Cleveland, pesaron más que el dinero y la continuidad que Miami podía ofrecer al alero estadounidense, que, esta vez de una forma más correcta, comunicó su vuelta a casa mediante una carta en Sports Illustrated.
Y ahora, ¿qué pasa con los Heat? ¿Sufrirán una caída tan espantosa como la que han experimentado en todas las apuestas? Mi opinión es que no. Aquí es donde entra en juego quien debe tomar las riendas de la plantilla. Puede que los Heat hayan conseguido una pequeña victoria en medio de una debacle general. Han conseguido mantener a un Chris Bosh que parecía decidido a dejar el equipo tras la salida de LeBron. El que para muchos era el “malo” del Big-three, pasará a ser la referencia de la franquicia. Siempre que uno de los otros dos (o los dos) han fallado, ha cumplido con su papel de líder de forma cuanto menos, notable. Ahora, sin James y con un Wade muy lastrado la pasada temporada por las lesiones, le ha llegado el momento de convertirse en el jugador franquicia, el momento de demostrar que puede volver a ser la primera espada de un equipo y luchar por los puestos altos de su conferencia.