¡Eres muy bueno, McGrady!


¡Malditas lesiones! Eso es lo que debió pensar durante mucho tiempo Tracy McGrady (Florida, 1979). Con un físico privilegiado para la disputa del baloncesto (2’03 metros de altura), McGrady disponía de la envergadura de un alero con la agilidad de un base, tenía ese toque mágico que solo tienen unos pocos elegidos, capaces de anotar 13 puntos en 35 segundos y dejar con la boca abierta a un país entero. 

Como si de un anticiclón se tratase, T-Mac llegó a la NBA el verano de 1997, elegido en el puesto número 9 por los Toronto Raptors. Después de deslumbrar en el instituto, McGrady se olvidó de la universidad (descartó jugar en Kentucky) y se embarcó en la aventura de jugar con los mayores. Pese a un año rookie complicado por la adaptación a una nueva ciudad tan diferente al estado de Florida como es Toronto, los Raptors seguían construyendo un equipo que prometía mucho drafteando a Vince Carter, el nuevo Jordan y primo lejano de Tracy


La llegada de Carter a Toronto cambió a McGrady. Fue consiguiendo más minutos de juego y sonó en las quinielas para el galardón de Sexto Hombre del año. 

Ese verano, los caminos de Carter y McGrady se separaron. El alero volvió a su tierra para jugar con Orlando, donde desplegaría todo su potencial, consiguiendo el galardón al Jugador Más Mejorado y dos títulos de máximo anotador de la NBA. Lo que parecía ser una gran pareja, T-Mac y Grant Hill, nunca pudo verse por las malditas lesiones, que le perseguirían a lo largo de su dilatada carrera. 
Pese a sus magistrales actuaciones, la franquicia de Florida necesitaba un cambio y con la llegada de Howard vía draft traspasó a T-Mac a la Conferencia Oeste, a los Houston Rockets

En Houston lo tuvo todo para triunfar. Tuvo a Yao Ming, a Steve Francis, a Ron Artest y a Rick Adelman como entrenador. Pero también le visitaron las lesiones, a él y a sus compañeros. Y lo que pudo haber sido un equipo que lograra algún anillo se convirtió en un juguete roto en manos de las lesiones. 


Desde aquel momento en el que McGrady decidió operarse de la rodilla, la NBA perdió a un gran jugador. Pudieron disfrutarlo en Nueva York, en Detroit, en Atlanta y en San Antonio. Incluso en China. Pero nada será como aquella locura anotadora en Orlando o aquel baloncesto certero y asesino de Houston. 
Las lesiones, las malditas lesiones, lastraron la prometedora carrera de un escolta con el físico de un alero y la habilidad con el balón de un base. 

Gracias, Tracy.